Fuera de los muros entre los cuerpos
portavoz - 18/02/2019
Por Adolfo Lara - 11/09/2014
Cientos de artículos se han generado e infinidad de autores han manifestado su postura en relación con esa arquitectura que nace en el vientre de la pobreza extrema y que toma forma a partir de sobras, carencias y miseria, donde los materiales de construcción se ausentan y son reemplazados por elementos que abandonan su condición primaria para fungir como soluciones instantáneas y parciales de la necesidad básica de un techo donde refugiarse.
Nos cansamos de ver que el gobierno hace oídos sordos a estas peticiones, pero me parece que como sociedad y profesionistas, tampoco se ha hecho el esfuerzo conjunto suficiente para intentar aminorar este rezago, haciendo frente a un problema que debería ser prioritario en las agendas de todos los que tengan injerencia en el tema. En alguna ocasión tuve la oportunidad de visitar –no por gusto propio- un tiradero de basura, uno de tantos que existen en el país, y jamás podré borrar de la memoria lo que tenía frente a mis ojos: niños descalzos corriendo como si de un maratón se tratara, intentando quedarse con la mayor cantidad de bolsas de basura que recién había vaciado el camión, hombres recolectando comida echada a perder y algo de ropa sucia, “techumbres” mal logradas que servían para resguardarse del terrible calor, un penetrante hedor provocado por la podredumbre y los infaltables animales de carroña que merodeaban a lo largo y ancho del sitio, es decir, marginación y pobreza en su máxima expresión.
Ahí pude conocer de primera mano ese reciclaje de recursos que no es opcional y que se convierte en la única opción para sobrevivir, esa arquitectura sin arquitectos que se levanta como esperanza de cobijo para quienes la habitan y que lo hacen con una dignidad asombrosa, que espanta y conmueve a la vez.
Pero el estruendo del tema alcanza para más, y existe una vertiente que nada tiene que ver con la confección de las viviendas ni con su problemática social esencial, y que fundamenta sus cimientos en la parte más compleja de la profesión: la concepción de las ideas. De entrada, el hilo negro de las cosas está inventado desde tiempo atrás y hoy en día parece difícil pensar que exista espacio para sorpresas a la espera de ser descubiertas, y si los pasamos al mundo de la Arquitectura, dichas posibilidades bajan considerablemente su porcentaje. Los Le Corbusier, Lloyd Wright, Johnson, Kahn, Barragán y demás maestros y creadores de la Arquitectura han desaparecido en su condición física, pero afortunadamente su legado ha superado el paso del tiempo y mediante sus variadas, emotivas, contundentes, y en ocasiones radicales, propuestas han establecido pautas, lineamientos y senderos sobre los cuales debería transitar la profesión. Posterior a esto, sinceramente todo parece quedar en un burdo reciclaje de conceptos e ideas, intentando por parte de sus jóvenes autores, desligarse de su alma mater mediante extensos y vacíos discursos y pequeñas variantes formales y materiales.
Este reúso arquitectónico es el devenir diario de las oficinas de diseño del país, siempre existirá un proyecto el cual voltear a ver de reojo como referencia en el proceso creativo, intentando encontrar las pistas necesarias para salir del escollo que cada nueva tarea representa. Y aunque este escudriño en el baúl de los recuerdos no debe entenderse como una tendencia necesariamente equivocada, ya que pululan argumentos válidos en lo todo lo que nos antecede, donde indudablemente se está cometiendo un groso error es en no entender que la contemporaneidad de nuestros tiempos nos impide afrontar cualquier reto profesional de la misma manera que lo hacían los viejos sabios.
En aquellos tiempos, la sobrepoblación era la última de las preocupaciones y la generación de las toneladas de basura que hoy en día nos causan tantos dolores de cabeza apenas iniciaban. Es más, seguramente el término “cambio climático” no figuraba en su vocabulario y por el contrario a lo que vivimos actualmente, contaban con enormes recursos naturales a su alrededor, sin olvidar que las estructuras urbanas y de transporte comulgaban en beneficio de los usuarios. Para nuestro infortunio, las cosas han cambiado en el sentido contrario a lo que debió ser, y hemos llegado al punto donde reciclar debe entenderse como parte esencial del quehacer diario y no como el nuevo tema de moda. Los arquitectos deberían abrazar su condición más social y enfocar su talento y recursos en pro del desarrollo de propuestas que eviten, dentro de lo posible, la generación de desperdicios, intentando recuperar un poco de lo que ellos mismos han ayudado a tirar a la basura.
Imagen: Erika Atherton
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